martes, 22 de febrero de 2011

Leyenda y Orfeo

Por: Julio Torres

Eran aún tiempos de Moisés, cinco siglos antes de homero, tres siglos antes de Cristo, y la India se hundía en su ciclo de tinieblas, y no ofrecía sino una sombra de su antiguo esplendor.

Asiria tiranizaba al Asia, Egipto y sus Faraones, aún resistían a la creciente descomposición universal, por todos lados  se apreciaba movimiento poco entendible.

Israel iba a levantar en el desierto, el principio del Dios masculino y de la unidad divina, Grecia estaba profundamente dividida por la religión y por la política.

Pero tras la Grecia estaba la Tracia salvaje y ruda, sin embargo, ¿Por qué Tracia fue siempre considerada por los griegos como un país santo por excelencia, el país de la luz y la verdadera patria de las musas?

Tal vez, porque aquellas altas montañas, tenían los más antiguos santuarios de Kronos, de Zeus y de Urano.
Lo cierto es, que en esa época había aparecido en Tracia, un hombre joven de raza real  dotada de una seducción maravillosa.

Se decía que era hijo de una sacerdotisa de Apolo, su voz tenía un encanto extraño, hablaba de los dioses en un ritmo nuevo y parecía inspirado.

Su blonda cabellera, orgullo de los dorios, caía en ondas doradas sobre sus hombros, y la música que fluía de sus labios, presentaba un contorno suave y triste a su faz.

Sus ojos, de un profundo azul, irradiaban fuerza, dulzura y magia, los feroces tracios evitaban su mirada, pero las mujeres, versadas en el arte de los encantos, decían que aquellos ojos mezclaban, en su filtro azul, las flechas del sol con las caricias de la luna.

Las mismas bacantes, curiosas de su belleza, merodeaban a su alrededor como panteras, y sonreían a sus palabras incomprensibles.

De pronto, aquel joven, que llamaban el hijo de Apolo, desapareció, se dijo que había muerto, en realidad había huido secretamente a Samotracia, luego a Egipto, donde había pedido asilo a los sacerdotes de Memphis.

Después de atravesar sus misterios, volvió al cabo de veinte años bajo un nombre que había conquistado por sus pruebas y recibido de sus maestros.

Se llamaba “Orfeo”, lo que quiere decir: Aquel que cura por la luz.

Una vez más, encontramos relatos históricos, que envían nuestra imaginación a lugares extraños pero fascinantes, Orfeo es uno más de los grandes iniciados, y que en su momento nos ocuparemos de cada uno de ellos.

Orfeo pudo ser pontífice de Tracia, gran sacerdote del Zeus Olímpico, y para los iniciados, el revelador del Dionysos celeste, pero terminada su labor, Orfeo nos abandonó.

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