sábado, 19 de febrero de 2011

Leyenda y la inmoralidad

Por: Julio Torres

Una y otra vez, cuando trato de analizar las causas de muchos problemas sociales, por sistema encuentro que el origen de los males es simplemente la familia disfuncional.

Imaginar que la inmoralidad se reduce con decretos y leyes contra el lujo y la vagancia, y que la virtud se crea con recompensas económicas, es un desatino.

Contra el vicio no hay más que el estudio o la vida del pensamiento, y la virtud solo se fecunda en el hogar con la instrucción y la honestidad del padre y la educación y castidad de la madre.

Muchas veces se habla del divorcio con la alternativa sobre, si contribuye o perjudica a las buenas costumbres.

Sabemos que la reglamentación no crea obligaciones ni derechos, simplemente los promulga y solo expresa  la manera de garantizar que se cumplan esas obligaciones y derechos.

Por lo tanto, la ley del divorcio es incapaz de atraer males y muchas veces necesaria para impedir el crimen, represalia inevitable de la naturaleza cuando una ley la ofende.

Los legisladores que ven en el matrimonio un contrato revocable a voluntad, ignoran el móvil de los sentimientos del ánimo.

No es el contrato el que lo instituye, es el resultado del deseo de asegurar la subsistencia del contrayente que sobreviva, y de la familia.

Así confunden la previsión legal que corta los extravíos de un acto, con el acto mismo, el matrimonio no es el instinto sexual regulado por el código.

Porque ese es universal entre los animales, solo el hombre forma una familia, solo el hombre puede dar rienda suelta a la pasión para construir la sociedad conyugal.

Tanto él como la mujer abdican de su dignidad al buscarse como instrumento de placer, ya sea por sensualidad, ya la ley, o ya ambas a la par, lo que presida a su deseo.

La familia, base fundamental de la asociación humana, no puede existir sino vinculada en el amor verdadero de la mujer y el hombre, que consiste en la fusión de dos almas, en la unión de lo bueno y lo divino, que caracteriza a nuestra progenie.

Sin la recíproca consagración de los consortes a su felicidad mutua, y a la educación de los hijos, no puede haber moralidad ni buenas costumbres.

La antigua Roma permitió el divorcio desde su fundación, y tres siglos pasaron antes que un romano se presentara a pedir su ejecución.

El pueblo se corrompió y el uso del divorcio fue el medio inflexible para valorar la bastardía, en ese tiempo en Inglaterra, el marido podía llevar a la mujer a la plaza pública con una cuerda al cuello y venderla al que se le antojase, y esto se utilizó muy poco, no se necesitaba.

Como no hay derecho a obligar a que vivan unidos los que se odian, la ley debe garantizar el derecho a su separación o divorcio.

Así también, no posee el derecho de impedir que dos personas libres se consagren a su común ventura y debe afianzarlas en su derecho.

Cuando se alteran los principios del derecho natural prohibiendo el divorcio  o permitiendo la poligamia, ya perpetúan la desgracia de los engañados, ya destruyen la familia y retroceden a la barbarie.

El libertinaje es producto de la corrupción o viceversa, por lo que no debe confinarse el matrimonio legal, al contrario, debe revalidarse.

Solo el matrimonio bien entendido o legalizado de común acuerdo, garantiza que la inmoralidad se mantendrá ajena a la familia y por ende, contaremos con una sociedad sana, libre de toda corrupción.

Una familia ejemplar hace una comunidad ejemplar que se traducirá sin lugar a dudas en el medio de formar un país ejemplar, erradicando toda manifestación de inmoralidad

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