Por: Julio Torres.
Una noche, escuché una voz: “Te veo, te contemplo y te cuido, por esa razón te concedo lo que me pides”, esa voz me parecía haberla escuchado siempre.
Te parece familiar porque la has escuchado millones de veces y tú la interpretaste como si fuera la voz interior, es por eso que te parece tan familiar.
A nosotros lo que nos agrada es que ustedes nos escuchen y desde luego que lo mejor sería tener una relación más fluida y más amplia, con las personas que nos designan para guiar y cuidar.
Entendemos que donde ustedes viven, es una vida tan vertiginosa que apenas se pueden escuchar entre ustedes, no dejan espacio para recibir nueva información.
Muchas veces ni siquiera escuchan a su propia familia, pecaríamos de soberbios, si pretendiéramos que se tomen tiempo para escuchar nuestros consejos.
No pretendo quejarme de mi trabajo, lo hago con mucho gusto y desde luego que has sido muy buena persona, con buenos sentimientos, honesto, respetuoso y generoso.
Tus actitudes son las que te retrasan o te frenan para vivir como me hubiera gustado que lo hicieras; ser bueno con los demás es fabuloso, pero más importante es que lo seas contigo mismo.
¿Recuerdas cuando tuviste la fábrica de ropa, y tu socio te dejó sin dinero? Hubiese querido que lucharas, lo enfrentaras, y no que te quedaras con la furia y la impotencia dentro de ti.
¿Y para qué estuviste a mi lado, si no pudiste ayudarme en ese momento, si no pudiste hablarme como ahora, ni tampoco pudiste hacer un milagro para mí?
¿Quién te dijo que yo no hago milagros, que no me aparezco y que no hablo? Tu escepticismo es patológico, no me has escuchado porque ni siquiera te ocupas de averiguar que tienes un ángel.
Cuando eras niño, tu madre te hacía rezar la oración del ángel de la guarda, esa oración que ahora transmites a tus propios hijos y que va perdiendo vigencia cuando vamos creciendo.
Aunque te parezca mentira, siempre hemos sido buenos amigos y lo seguiremos siendo, tampoco te lamentes que no me hayas hecho feliz, yo siempre he sido feliz.
Sabes mi nombre y yo no sé el tuyo. ¿Cómo te llamas?
Mi nombre es el que tú elijas, aprovecha y busca uno ahora mismo, o si te parece soy José, y perdona, debo irme ahora mismo porque estoy citado para una reunión de amor y fe.
Es un día especial, hoy nos llenamos de amor y fe en acción, nos llena el alma, el ser supremo nos enseña su amor y nosotros se lo enseñamos a ustedes, por lo pronto quedaré tranquilo.
A esta altura ya nada me asombra y el mensaje que recojo es la obligación de sentirse bien todos los días, no sufrir, no enojarse, no dejar tiempo a los apuros.
Los problemas no son apremiantes, todos se pueden solucionar a su tiempo, de hoy en adelante las cosas se verán de otra manera conforme vallan sucediendo, trataré de ser feliz.
Considero que conocer a nuestro ángel es lo mejor que nos puede pasar, todos los días podemos ser felices, no vale la pena lamentarse de lo ocurrido.
Después de todo, creo que estoy haciendo lo mejor para mi vida, lamento no haber conocido a mi ángel por lo menos hace unos treinta años antes.