Las
criaturas de Dios son instrumentos de que se sirve para llegar a sus fines,
para alimentarse, los seres vivos se destruyen entre si, con el doble objeto de
mantener el equilibrio en la reproducción que pudiera llegar a ser excesiva.
Pero
siempre es destruida la envoltura nada más, envoltura que solo es lo accesorio
y no la parte esencial, pues éste es el principio inteligente indestructible, y
que se elabora en las diferentes transformaciones que tiene.
Para que
la destrucción no suceda antes del tiempo necesario, la naturaleza rodea de los
medios de preservar y de conservar a las criaturas, cualquier destrucción
anticipada estorba el desarrollo del principio inteligente.
La
muerte debe conducirnos a mejor vida, nos libra de los males de esta, y puesto
que en consecuencia es más de desear que de temer, el hombre le tiene horror
instintivo que le hace sentir temor, el hombre debe tratar de prolongar su vida
para cumplir su tarea.
Es por
eso que se le ha dado el instinto de conservar, instinto que lo sostiene en las
pruebas y sin el cual abandonaría a menudo el decaimiento, la voz secreta que
lo hace rechazar la muerte le dice que todavía puede hacer algo por su
progreso.
Cuando
lo amenaza algún peligro, se le advierte con el, que aproveche el tiempo que
Dios le concede; pero el ingrato se lo agradece a menudo más a su estrella que
a su creador.
Junto a
los medios de conservar, la naturaleza ha colocado al mismo tiempo los agentes
de la destrucción, es decir, junto al mal, el remedio, para mantener el
equilibrio y para que sirva de contrapeso.
La
necesidad de destrucción es proporcional al estado más o menos material de los
mundos, y no se presenta en un estado físico y moral más depurado, en los
mundos más adelantados que el suyo, son totalmente diferentes las condiciones
de vida.
La
necesidad de destrucción se debilita en el hombre a medida que el espíritu
predomina sobre la materia, y por esto ven que el horror a la destrucción sigue
al desarrollo intelectual y moral.
El
hombre no tiene derecho ilimitado de destrucción sobre los animales, ese
derecho está reglamentado por la necesidad de atender a su alimento y
seguridad, el abuso nunca ha sido considerado un derecho.
Cualquier
destrucción que traspasa los límites de la necesidad es una violación de la ley
de Dios, los animales solo destruyen para satisfacer sus necesidades, pero el
hombre, que tiene libre albedrío no.
El
hombre destruye sin necesidad, y tendrá que dar cuenta del abuso de la libertad
que se le ha concedido, porque entonces da cabida a los malos instintos.
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