viernes, 27 de agosto de 2010

Leyenda y las acciones del hombre

Por: Julio T.

El asunto del libre albedrío puede resumirse como sigue: El hombre no es fatalmente arrastrado al mal, los actos que realiza no están escritos de antemano, loa crímenes que comete no son resultado de un fallo del destino.

Prueba de ello es que puede elegir una existencia y experimentar tentaciones de crimen, a consecuencia del medio en que esté colocado o en virtud de las circunstancias que se presenten.

Pero siempre es libre de actuar o de no hacerlo, el libre albedrío existe en el estado de espíritu para la elección de la existencia y de las pruebas, y en estado corporal en la facultad de ceder o resistir las tentaciones.

A la educación toca combatir esas malas tendencias, y será provechosa cuando esté basada en el estudio profundo de la naturaleza moral del hombre.

Mediante el conocimiento de las leyes que rigen esa naturaleza moral, se llegará a modificarla, como a la inteligencia por medio de la instrucción y al carácter por medio de la moral.

El espíritu desprendido de la materia y en estado errante, elige sus futuras existencias corporales según el grado de perfección a que ha llegado, en esto consiste su libre albedrío.

Esa libertad no queda anulada por la reencarnación; si cede a la influencia de la materia, es porque no supera las pruebas que él mismo ha elegido, y para que le ayuden a dominarlas, puede invocar la asistencia de Dios y de los espíritus buenos.

Sin libre albedrío el hombre no tiene culpa del mal, tampoco mérito por el bien, lo que se reconoce en todo caso, que en el mundo se proporciona siempre la censura o el elogio a la intención, voluntad es libertad.

El hombre no puede buscar excusa para sus faltas en su organismo, sin renunciar a su razón y a su condición de ser humano para ser semejante a los animales.

Si eso ocurriera con respecto al mal, lo mismo sucedería con respecto al bien, de ninguna manera debemos olvidar que el más bello de los privilegios de nuestra especie es la libertad de pensar.

La fatalidad, en la manera como se comprende, supone la decisión anticipada e irrevocable de todos los sucesos de la vida, cualquiera que sea su importancia.

Si este fueras el orden de las cosas, el hombre sería una máquina sin voluntad, ¿De que serviría sin inteligencia, ya que estaría dominado en todos sus actos por la fuerza del destino?.

Si tal doctrina fuera verdadera, sería la destrucción de cualquier libertad moral, no existiría responsabilidad para el hombre, y por lo mismo, ni bien ni mal, ni crímenes ni virtudes.

Dios que es soberanamente justo, no podría castigar a su criatura por faltas que no dependía de ella dejar de cometer, ni recompensar por virtudes, cuyo mérito no le correspondería.

Semejante ley, sería la negación de la ley del progreso, porque el hombre que todo lo espera de la suerte, nada intentaría para mejorar su posición, ya que no sería ni de mejor ni de peor condición.

Es indudable que resultaría maravilloso si todos nuestros problemas o conflictos la suerte los pudiera solucionar, pero, lo que claro es que estamos hechos para resolver problemas, así quedó estipulado por la divinidad.

No es casual que desde el momento en que nacemos, cuando somos expulsados del jardín del edén, o sea, del vientre materno, el primer problema a resolver es el económico, o sea el alimento.

Luego será el problema social, de la forma como logremos resolverlo, es como habremos de disfrutar o padecer la vida en sociedad que nos espera a lo largo de nuestra vida.

Finalmente tendremos que resolver los problemas sexuales a que haya que enfrentarse, buenos y malos, placenteros o contrarios, pero lo que es cierto es que la inteligencia es quien nos ayudará a resolverlos.

¿Tendrá acaso algo que ver con la frase conocida: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”?

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