domingo, 29 de agosto de 2010

Leyenda y la inteligencia del hombre

Por: Julio T. La fuerza del destino es lo que muchas veces confunde al ser humano cuando las cosas no salen como las tenía previstas, pero, ¿La responsabilidad donde queda?, y ¿La inteligencia?

Si tal idea fuera verdadera, de seguro sería la destrucción de cualquier libertad moral, no existiría responsabilidad para el hombre, ni bien ni mal, ni crímenes ni virtudes.

Dios no podría castigar a su criatura por faltas que no dependía de ella dejar de cometer, ni recompensa por las virtudes, ese mérito no le correspondería de manera alguna.

Semejante ley le sería además la negación del progreso, porque el hombre que todo lo espera de la suerte, nada intentaría para mejorar su posición, no sería de mejor o peor condición.

Sin embargo, la palabra fatalidad no está hueca, existe en la posición que el hombre ocupa en la tierra y en las funciones que desempeña, es a la clase de existencia que su espíritu eligió como prueba.

Puede ser también, expiación o misión, sufre fatalmente todas las vicisitudes de esa existencia y todas las tendencias buenas o malas que le son inherentes.

Pero hasta aquí llega la fatalidad, porque todo depende de su voluntad, el ceder o no a aquellas tendencias.

Los detalles de los sucesos están subordinados a las circunstancias que el hombre provoca por si mismo en sus actos, y en los cuales pueden influir los espíritus por medio de los pensamientos que le sugieren.

Así que la fatalidad consiste en los sucesos que se presentan, ya que son consecuencia de la elección de la existencia hecha por el espíritu.

En función de la muerte, el hombre está sometido de un modo absoluto a la inexorable ley de la fatalidad, porque no puede hacer a un lado el fallo que fija el término de su existencia, ni el tipo de muerte.

En la creencia popular, el hombre toma en sí mismo todos sus instintos, éstos provienen de su forma física, de la que no puede ser responsable o de su naturaleza y justificar que el ser como es no es culpa suya.

Es evidente que es más moral la doctrina espiritista, ya que admite en el hombre el libre albedrío en toda su plenitud, y al decirle que, si hace mal, cede a una mala sugestión extraña.

Deja toda la responsabilidad a él, y le reconoce fuerza para resistirla, lo que es más fácil que si tuviera que luchar contra su propia naturaleza.

Según la doctrina espiritista, no existe solicitud irresistible, el hombre puede negarse a la voz interna que le solicita el mal, así como se niega a la voz material de quien le habla.

Vale recordar en este momento la frase: “Y no nos dejes caer en la tentación, mas librarnos del mal”

Esta teoría de la causa que incita nuestros actos se desprende de toda la enseñanza dada por los espíritus, no solo es sublime por su moralidad, sino que añadimos que ensalza al hombre.

Lo presenta libre de sacudir un yugo opresor, como libre es de cerrar su casa a los importunes, no es una máquina que actúa por un impulso independiente de su voluntad, sino un ser dotado de razón que escucha.

El hombre no queda privado de iniciativa, solo es un espíritu encarnado que conserva bajo su envoltura corporal, las cualidades buenas o malas que poseía como espíritu.

Las faltas que cometemos se originan en la imperfección de nuestro espíritu, que no consigue al momento la superioridad moral que tendrá algún día, pero que posee por ello el libre albedrío.

La vida corporal le es otorgada para que expíe sus imperfecciones por medio de las pruebas que sufre, y esas imperfecciones son lo que lo hace más débil y accesible a los espíritus imperfectos.

Habrá que empezar una nueva prueba, mientras más se purifica, más disminuyen sus lados vulnerables, su fuerza moral crece en proporción de su elevación y los malos espíritus se alejan de él.

La inteligencia es pues, el mejor atributo del hombre para conducirse en este y en el otro plano de vida, pero habremos de entender que todos los espíritus más o menos buenos, forman la especie humana.

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